Por Armando Torres
Es probable que en estas horas las coces de Cristina Kirchner hayan empezado a derribar figuras a su alrededor. Ninguno de los supuestos que ella imaginó y en base a los cuales sus colaboradores trabajaron durante la así denominada "campaña" electoral de su Frente Unidad Ciudadana pudo verificarse como cierto. En la lógica de la ex presidente no falló su diagnóstico, sino la implementación. Ella es así. No se equivoca.
La primera coz seguramente irá dirigida a quien le dijo que debía estar en silencio porque el estado de la economía y el recuerdo que el pueblo tenía de ella eran argumento suficiente para imponerse con holgura en el territorio bonaerense y que, en todo caso, el peso de la ventaja que pudiera obtener en los sectores del Gran Buenos Aires más hundidos en la pobreza sería imposible de ser equilibrado por el del resto de la provincia. ¿Habrán imaginado, también, que manteniéndose callada Cristina podía ganar la simpatía de alguno de aquellos a los que su verborragia ofensiva les taladró el cerebro durante 8 años? ¡Qué ingenuidad!
Cristina Fernández de Kirchner pagó una vez más por sus desbordes de soberbia. Quizá nadie a su alrededor se atreva –porque "a la doctora no se le habla, se la escucha"- a invitarla a revisar qué características sobresalientes tiene su identidad pública: ha sido una legisladora aislada, sin mayor gravitación en el Congreso Nacional, adonde llegó por el volumen político de su fallecido marido; ha sido una pésima seleccionadora de funcionarios que la acompañen y realcen su gestión o que representen a su fuerza en elecciones generales o parlamentarias: sin ir más lejos, Boudou, Scioli, Aníbal Fernández; ha sido una ineficiente presidente a la luz de los indicadores económicos que califican su gestión, deficitaria e inflacionaria, que dejó a millones de argentinos sumidos en la pobreza, en recesión y aislados del mundo civilizado; es una mujer renuente al diálogo y a los acuerdos, sólo dispuesta a imponer su voluntad.
¿Y cuál ha sido su "virtud" –por así llamarla- que explique el apoyo tan voluminoso que recibió el pasado domingo en populosos municipios de la provincia de Buenos Aires y que reconvirtió en una líder comunal? Sin dudas ese valor es su demagogia y capacidad de armar escenarios emotivos en los que se rodea de partenaires silenciosos que ayudan a subrayar su mensaje. Antes fueron artistas interesados, ahora personas ignotas golpeadas por la coyuntura.
Cristina Fernández de Kirchner detesta al peronismo y pretendió ganar en la provincia de Buenos Aires prescindiendo de él, pero no de su principal rasgo, que es la demagogia. Su hábito de distribuir lo que escasea y no es suyo -sino del Estado- a cuenta del desastre del futuro inmediato le ha granjeado simpatías entre los pobres, para los que, naturalmente, la necesidad del momento es todo y la previsión del futuro o el estado de las cuentas públicas, nada; también entre interesados de la izquierda.
Así, es probable que una vez que los asesores de campaña sean arrojados del establo, en los próximos días Cristina Kirchner vuelva a ser la parlanchina de siempre, rodeada de Carlos, Tita, Perico, Josefa y más personas castigadas por una decadencia que azota a la Argentina aún desde antes que ella asumiera como presidente, pero que ella misma se encargó de profundizar.