Myriam Balcedo contó la relación de Raúl Kraiselburd, dueño del diario El Día, con la Dictadura Militar

Sociedad 26/03/2018 . Hora: 09:05
Myriam Balcedo contó la relación de Raúl Kraiselburd, dueño del diario El Día, con la Dictadura Militar

En una nota del Diario Hoy, Myriam Balcedo brindó detalles sobre la complicidad del tradicional diario platense con los funcionarios del gobierno de facto.

EL TEXTO COMPLETO

SHOW DEL DESAYUNO

Todo lo que nos marca en la vida: el dolor, las despedidas, las pérdidas, el horror y el amor son experiencias profundas que, como aseveran los científicos, permanecen en nuestro disco duro.

Por eso, todavía recuerdo cuando a mis 36 años, con mi esposo Antonio y nuestros hijos de 9 y 13 tuvimos que irnos a un pequeño departamento de Villa Gesell. Era 1976 y, como ya he recordado, las persecuciones de la Triple A y el ERP nos llevaron a vivir aislados durante dos años.

CADENA COOL

Tan brillante era Antonio que, apenas vio los nubarrones de la tormenta que se avecinaba con la represión y la guerrilla, dejó su cargo en la gobernación bonaerense y adquirió aquella propiedad en la localidad balnearia. Lamentablemente, y pese a su profunda lucha, sus esfuerzos para evitar lo que ya se tornaba inevitable fueron casi inútiles.

Era una época aciaga en la que los platenses tenían solo una forma para enterarse de lo que acontecía: leyendo las crónicas del único medio gráfico de la ciudad, que era El Día.

SHOW DEL DESAYUNO

Entonces, un hecho determinaría la toma de posición benévola y complaciente de aquel diario con respecto a la dictadura: el asesinato del director del matutino, David Kraiselburd, en julio de 1974, poco después de que la guerrilla lo mantuviera secuestrado en una casa de Gonnet exigiendo una suma millonaria de dinero para la presunta compra de armas.

Las negociaciones no llegaron a buen puerto y, semanas después, un allanamiento policial en la vivienda precipitó el desenlace. Las circunstancias en que se desencadenó el asesinato del directivo son todavía difusas. Hay quienes atribuyen su muerte, junto a la del guerrillero que lo custodiaba (el militante de la Juventud Peronista, Carlos Starita), a un tiroteo entre ambas facciones; otros acusan a los Montoneros que, antes de huir, habrían rematado al dueño del periódico de diagonal 80.

Este fue el principio del odio para que el hijo de Kraiselburd, Raúl, se enajenara tanto y se pusiera a disposición del asesino más grande de la Provincia de Buenos Aires: el jefe de la Bonaerense durante la gobernación de Ibérico Manuel Saint Jean, Ramón Camps.

En los años que siguieron a la muerte de su padre, Raúl Kraiselburd supo aceitar sus vínculos económicos con ese militar que abrazaba la maldad y despreciaba la vida. Una relación innegable, porque de ella se da cuenta en las páginas ya escritas del diario.

Entre otros, dos casos resonantes, cruzados por la muerte y el dolor, responsabilizan a Camps. Uno es la fatídica Noche de los Lápices del 16 de septiembre de 1976, cuando alumnos secundarios de nuestra ciudad pagaron con su vida la inocencia de pedir por el boleto estudiantil gratuito. El otro, la tortura y secuestro del periodista Jaboco Timerman, posteriormente obligado al exilio.

La conmoción internacional, con el mundo mirando hacia este rincón del sur, llevó a Camps a preparar un libro que "lavara" su pésima imagen. Pero necesitaba colaboradores, alguien que supiera de periodismo y pudiera desprestigiar a Timerman en su terreno. Para ello requirió la ayuda del siempre dispuesto Kraiselburd.

¿Qué unía a Kraiselburd con Camps? ¿Qué había más allá de la amistad y el dolor? 

El odio hacia los asesinos de su padre podría "disculpar" al hijo, pero ningún ser humano que se precie de tal puede transgredir los límites y usar el dolor para hacer negocios con quienes matan a sus compatriotas. 

El pecado, imperdonable, está en haber lucrado con esa tragedia: en haber publicitado como "brillantes" los actos de Camps y condenado como "asesinos" o "delincuentes comunes" a los muertos o subversivos torturados por el régimen dictatorial. 

El archivo, imposible de ocultar, es el que delata a El Día: por ejemplo, que el 28 de abril de 1977 los familiares de Alberto Paira y Arturo Baibiene se hayan enterado de sus muertes a través del diario, que los mencionó como "sediciosos abatidos" al cabo de un supuesto "enfrentamiento". Los militares nunca lo admitieron, los cuerpos  nunca aparecieron y fueron enterrados como NN, pero el medio publicó sus nombres y apellidos. Para el hijo de Baibiene, Ramón, la "complicidad" del matutino con el Destacamento 101 de Inteligencia del Ejército fue clara. Por eso, estos vínculos son investigados en el marco de la mega causa La Cacha.

En esta historia perversa que llenó los bolsillos de Kraiselburd, también aparece Papel Prensa, la única empresa dedicada a la producción de papel para diarios. Un capítulo que conecta los negocios con los poderes centrales y políticos que entonces detentaba la Junta Militar, con Jorge Rafael Videla a la cabeza.

El proceso en que Papel Prensa, propiedad de los Graiver, fue adquirido para favorecer a los medios monopólicos de entonces (La Nación, Clarín, La Razón, El Día), en connivencia con el Gobierno de facto involucra el modus operandi de la época: secuestros, torturas y asesinatos. 

Tal como ha declarado la viuda de David Graiver (fallecido el 6 de agosto de 1976 en un accidente de avión nunca esclarecido), Lidia Papaleo, la familia fue secuestrada por Camps y obligada a firmar la venta de la empresa a los tres diarios nacionales. Una vez cedidas las acciones, Camps ordenó las detenciones de los Graiver, que nunca cobraron un peso por ceder las acciones.

Quienes sí cobraron fueron los hermanos Saguier, actuales propietarios de La Nación, a quienes el último intendente porteño de la dictadura, Osvaldo Cacciatore, les perdonó la millonaria deuda impositiva que aquejaba al matutino fundado por Batolomé Mitre.
El círculo virtuoso para este puñado de empresarios fue suficiente para comprar su silencio. La obsecuencia, que cotizaba alto, era el precio para sobrevivir.

Para quienes se prestaron al juego, el negocio resultó perfecto: Papel Prensa proveía a estos diarios de su principal insumo, con financiamientos a pagar en dos años, a un precio módico e irrisorio. Pero a costa de la sangre, el sudor y las lágrimas del pueblo. Pues, un 27% de ese papel pertenecía al Estado nacional. Es decir, se pagaba con impuestos que abonábamos todos los argentinos. 

De la misma manera, para beneficio de aquellos pocos y mal de todos, se aniquilaron hombres y mujeres, intelectuales, industrias.

El daño fue total. Es hora de que cada uno asuma su responsabilidad y se disculpe. Por ejemplo, quienes manejaron diarios durante la última dictadura y hoy se presentan como fiscales del Universo, se suben al púlpito y determinan, desde allí, la moralidad de la gente. 

Creo que no pueden hacerlo. Yo, sí.

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