Febrero de 2018. Todo marchaba bastante bien. La economía llevaba más de 12 meses con crecimiento y las subas de la actividad se mantenían a un ritmo del 4% anualizado. Nada mal.
Pero como dijo Macri, algo pasó. La primera señal de dificultad fueron las tarifas. Los aumentos de febrero y abril fueron más importantes de lo imaginado. El gobierno se empantanó en el Congreso. Y eso quizás dejó una mala señal a los mercados: Cambiemos no tenía la vaca atada en lo político y mucho menos en lo económico. En otras palabras, el mercado empezó a desconfiar de la verdadera capacidad de Argentina para bajar sus gastos y el déficit.
Pero el gran golpe fue el dólar. Todos sabían que ese valor de 17 pesos era un espejismo que solo era posible por la avalancha de dólares que el país recibiría por la deuda. Sin embargo, la moneda se desancló desde mayo y tomó un vuelo que ni el más pesimista estimaba. La tormenta internacional nos devolvió a la realidad: Argentina sigue siendo un país con grandes desequilibrios. Y, lo que es peor, no hay conciencia de ese problema.
En enero de 2018, Macri esperaba terminar el año con un crecimiento de la actividad del 3%. Con suerte, en cambio, caeremos solo un 1%. La inflación, soñaba el presidente, estaría en torno al 15-20%. Lejos. Pasaremos cómodamente el 30%.
Y también el panorama se nubla para el 2019. Para ese año había consenso entre el gobierno, los organismos internacionales y los bancos de que el crecimiento sería del 3%. Bajo este escenario de incertidumbre, ahora es difícil predecir. Pero seguramente Dujovne firmaría un alza por más mínima que sea. Lo importante será dejar de caer y cambiar el curso de las expectativas.
El gobierno daría la vida por regresar en el túnel del tiempo a febrero de 2018 cuando el país marchaba (aunque muy gradualmente) en un sendero de cierta normalidad económica.
Cambiemos tendrá la dura tarea de contarle a los argentinos cuál es la luz al final del túnel. Ese truco de "sacrificio hoy, bonanza para mañana" lo gastó en el 2016. Es difícil pedirle a la gente un nuevo esfuerzo. Y lo peor: el ajuste está a mitad de camino. Las metas con el FMI son muy exigentes y nadie quiere ceder. Cada vez que el gobierno pasa la tijera encuentra una resistencia.
El gradualismo se quedó en la mitad del rìo. Se necesitará de un líder verdaderamente iluminado y eficaz para salir del shock.