Ana Dorado es una vecina platense pero también protagonista de una historia muy particular: de dolor y de lucha al mismo tiempo.
Cuando tenía 3 años, su papá Rodolfo empezó a tener síntomas. “A fines de los 70, empezó a tener cierta debilidad en sus piernas. Pensó que era cansancio, hasta que sus brazos empezaron a fallarle también”, dijo Ana a LAPLATA1.com.
Se trató del primer caso en La Plata de Esclerosis Lateral Amiotrófica, la enfermedad que esta semana fue visibilizada por lo ocurrido con Esteban Bullrich. Pero en ese momento (1976) lo diagnosticaron como Mal de Charcot.
“Mi papá nació en el año 39. Era un hombre fuerte, ágil, amaba jugar al futbol, vecino de Altos de San Lorenzo y radioaficionado. Creo que mi amor por la radio nació de verlo con el radio que el mismo armó”, contó la joven.
El primer neurólogo que lo trató fue Jorge Lambre. Allí le diagnosticaron Mal de Charcot, que es un grupo de trastornos hereditarios que causan lesiones en los nervios. En ese entonces no se conocía esta enfermedad como Esclerosis Lateral Amiotrófica, nombre que adquirió tiempo después.
“De a poco fue teniendo pérdida de sensibilidad, contracciones musculares y dificultad para caminar. Le dieron 3 años de vida. Nada más que eso. Pero su tozudez lo hizo pensar que si hacía todo lo que le dictaban los médicos al pie de la letra, iba a ganar la batalla. Se hizo vegetariano. Justo él, que era un adorador del asado argentino. Incluso tomaba batidos proteicos, algo raro por aquellos años”, siguió contando Ana.
Ella debió transformarse con el correr del tiempo en su secretaria personal.
“Su único entretenimiento, además de la tele, era la lectura, pero ya en los 80, y cuando habían pasado más de 3 años de su supuesto tiempo de vida, ya no podía mover ninguno de sus músculos. Entonces, me tocó la hermosa tarea de ser su secretaria, darle vuelta las páginas de los libros que leía, mientras mi mamá se ocupaba de todo lo demás”, recordó.
Pero a pesar de todo, su papá la siguió luchando. Nunca se rindió: “A regañadientes me sometía a incansables tareas de suma y resta y división, lectura durante los veranos para que yo no me olvidase de ser buena alumna. Y para mi esa era la normalidad; tener un papá que con 38 años empezó a fallarle el cuerpo, pero jamás la razón ni el corazón”.
“Así siguieron los años hasta que al cumplirse 10 en ese estado, su corazón dijo basta en la clínica Mater Dei, lugar en el que el personal de salud lo trató muy bien”, agregó.
Rodolfo murió a los 48 años. Le ganó a los médicos que le pronosticaron sólo 3 años de vida.
