Una vuelta más

Opinión 06/10/2021 . Hora: 17:32
Una vuelta más

Por Sergio Boncompagno; Germán Epelbaum y Manuela Hoya.

Argentina, ese país donde no te aburrís nunca, reza el dicho popular. Las semanas que han pasado desde el desarrollo de las elecciones primarias han sido vertiginosas, tal vez más de lo que se esperaba en la antesala. La causa, un resultado más adverso para el oficialismo de lo que el sentido común hacía suponer, perforando pisos históricos del peronismo unido, tanto en la provincia de Buenos Aires como en la mayoría de los distritos del país. Si las elecciones de medio término resultan un plebiscito del rumbo del gobierno, no hay análisis posible que permita matizar lo sucedido el 12 de septiembre: el mensaje fue “así no vamos bien”, y fue dirigido a un gobierno que ha tenido que lidiar en sus dos primeros años con una tormenta casi perfecta, muy especialmente en términos económicos y sanitarios. El electorado argentino no sabe de contemplaciones y viene siendo insistente en esa idea, síntoma de la cruda actualidad en la que vive. Por eso mismo téngase presente la sabiduría popular, asumiendo que un nuevo capítulo seguramente nos tendrá reservado el cambalache apasionante y dramático de nuestra realidad. Falta noviembre, hay que seguir viviendo, y no sabemos vivir de otra manera.

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A la principal fuerza de oposición volvió el entusiasmo y la algarabía -está vez sin globos-, pero no es aconsejable la desmesura. Hay quienes ya se animan a decir que “Alberto tiene el boleto picado” y buscan quedarse con la presidencia de la cámara de Diputados, en la línea de sucesión presidencial. Como también existieron quienes veían a Julio Cobos presidente con su combate al Ejecutivo (en ejercicio de la segunda magistratura), luego a Francisco De Narváez, más tarde al propio Sergio Massa, y finalmente a la inexorable reelección de Mauricio Macri. 2009, 2013, 2017: ninguna de las figuras y/o espacios que se presentaron vencedores en esas elecciones de medio término terminaron por triunfar en las presidenciales inmediatamente consecutivas; en conclusión, un/a Kirchner integró el gobierno nacional en 14 de los últimos 18 años. Quienes se encuentran velando al Frente de Todos parecen nuevamente expresar más un deseo que una lectura sesuda del panorama.

El oficialismo reaccionó a la cachetada, de manera caótica, acorde al imprevisto y las diferencias internas, que hasta el momento buscaban contenerse. Si bien son esperables medidas relacionadas al consumo popular que permitan paliar algo de la ya crónica malaria de vastos sectores de la sociedad, el foco está puesto en otro lugar: el malestar tiene un punto de partida eminentemente económico, pero resolver los problemas de una economía desequilibrada, quebrada y estancada de la última década (siendo indulgentes) no se podrá hacer de la noche a la mañana. El objetivo en cambio es relanzar la gestión, mostrar iniciativa, dar la batalla, marcar un rumbo. Terminar con la omnipresencia de la pandemia para pasar a ocuparse de todo lo demás.

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El gobierno sabe que lo que necesita es tiempo, mas no sea grato para nadie esperar: necesita de las cuarentenas para que no se sature el sistema de salud mientras aplica vacunas, necesita de controles de cambios para que no implosionen los ingresos en pesos mientras junta dólares por vía exportadora. Aún con la catástrofe electoral mediante, por primera vez en dos años se perciben algunos datos alentadores: los casos y las defunciones por covid encuentran su piso desde el comienzo de la pandemia, el precio de los commodities alcanzan niveles favorables para la balanza comercial, la industria y la construcción con valores de actividad superiores a 2019 traccionando a otros sectores. Con el acuerdo con el FMI como cuenta pendiente, madre de las batallas que constituyen el punto de partida de la gestión, la suerte del gobierno posiblemente pueda comenzar a cambiar si logra que el rebote se transforme en crecimiento. Mientras espera afianzar y extender resultados en esa materia, sólo le quedará sentarse y escuchar mejor, porque lo que no puede esperar es la voluntad de cambiar cuando la ciudadanía pide cambios. Perder el pulso de la sociedad es algo que suele sucederle a todos los espacios políticos, pero cuando se hace permanente ya no hay vuelta atrás.

Para quienes ejercen la política profesional escuchar es importante, porque hay que decirlo: existe un mundo de la política, que trabaja para la política, con vínculos sociales que se reducen a la política y a los/as politizados/as. Un mundo donde las necesidades están cubiertas, donde se manejan grandes presupuestos, donde es fácil conseguir favores y mostrarse generoso/a sin costos. Denominado “la casta” por sus detractores, se trata de ciudadanos/as que ocupan espacios en los tres poderes del Estado y que, en el mejor de los casos, perciben la realidad social a través de encuestas o tal vez puedan empaparse de ella en alguna recorrida proselitista, pero que sin dudas se trata de lugares que no son propios. Pueden elegir qué comer y cuándo, cómo sacían el calor y el frío; sus hijos/as siguieron recibiendo instrucción durante el aislamiento, y tuvieron con quien dejarlos sin comprometer la salud de algún adulto mayor. Pudieron elegir desde dónde trabajar, aún cuando sus labores no tuvieran el mismo rendimiento. Si se enfermaron, fueron atendidos sin demoras y con protocolos que no corrían para el resto de la población, y al reponerse su puesto de trabajo no estaba en riesgo. Para quienes ostentan estas posiciones la realidad es la realidad de otros/as, y eso nunca debe perderse de vista. De lo contrario, puede suceder que el único dirigente que quede hablando al comerciante, al monotributista e incluso al changarín sea un economista mediático y ruidoso con un mensaje beligerante que pretende abolir funciones estatales básicas y socialmente útiles, ideas que espantarían a cualquier liberal de tradición.

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Entre los sectores que esperan ser escuchados e interpelados por las políticas públicas se debe mencionar a los jóvenes, un grupo social tan heterogéneo, complejo y contradictorio como golpeado por la falta de oportunidades: de trabajo, de educación, y más que nunca, del disfrute de la vida. En la medida que la experiencia de la dictadura, del 2001 y del fervor nacional-popular va quedando en el pasado, nuevos marcos referenciales pasan a conformar las subjetividades juveniles, cristalizan en sus sistemas de ideas y en sus preferencias electorales. De esta manera, si el ideario de la fuerza hoy oficialista tenía especial sustento entre los electores de menor edad, donde reclutaba voluntades y militantes activos, es algo que hoy comienza a encontrar algunos matices. Para saber qué quieren los jóvenes es necesario aclarar lo evidente: no existe una sóla forma de ser joven, sino que es una condición que se entrecruza con el género, la clase social, la ubicación geográfica, etc. Sin embargo, entendemos que se trata de algo bastante básico y universal: la seguridad de que hay ciertos esfuerzos que valen la pena. Encontrar algo fijo en la incertidumbre, un punto de partida. Donde un trabajo bien remunerado o una carrera con futuro permita distender el resto del tiempo. El problema del emprendedurismo es cuando no existe otra salida, y el temor que habita hoy no es el club del trueque, es tener que pagar la categoría más baja del monotributo por mucho tiempo, una condena a la eterna precariedad que constituye un techo aún más bajo que el de sus generaciones precedentes. Sin trabajo registrado y apto para cubrir necesidades básicas de alimento, vivienda, vestimenta y esparcimiento; sin igualdad de condiciones en el consumo; con una instrucción siempre insuficiente (aún la universitaria), que difícilmente prepare para puestos de trabajo bien remunerados, la aspiración se desvanece y el malestar se hace carne. Y cuanto más se aleje la realidad de estas premisas, peor va a ser la suerte de cualquier oficialismo.

La vida que queremos es hoy más un rumbo que un estado de cosas. La mayor parte de la sociedad no desconoce ni los problemas de largo plazo que arrastra la Argentina, ni los que se generaron en el anterior período de gobierno y mucho menos las complicaciones específicas de la pandemia. Para quienes hace mucho que no prenden la parrilla, la vida que queremos es poder hacer un pollo para la familia y algún amigo/a. Para quien no llega a fin de mes, es una inflación a la baja que permita consumir un poco más y mejor. Para quien anhela viajar, es conseguir un vuelo low cost. Para quien logra tener algún ahorro, es conseguir acceso sencillo a algún mecanismo que funcione como reserva de valor. Para quien tiene que votar, es tener un gobierno al que perciba decente (a todos/as nos molestan las arbitrariedades en el ejercicio del poder, sin importar nuestro origen ni posición); más dispuesto a escuchar que a explicar o juzgar; y sobre todo, dispuesto a dar con determinación las batallas que crea que valen la pena. Luego, la propia sociedad juzgará sus resultados. La vida que queremos es, en el fondo, la gestión de ésta época.

*Los autores son directores de la Consultora Arquetipos-Ingeniería Política.

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