El próximo miércoles a las 16 horas el INDEC publicará el dato de inflación del mes de marzo. Según los pronóstios de bancos y consultoras, se ubicará en torno al 5,5%. Para el 2022 se espera que la inflación supere holgadamente el 50% del 2021.
Las miradas apuntan a Martín Guzmán. El Ministro de Economía bajó su perfil público. Sus últimas apariciones fueron en el marco del debate en Diputados por el acuerdo del FMI. A partir de la votación dividida del Frente de Todos y de las críticas de La Cámpora y aledaños a su negociación, Guzmán prácticamente pasó al ostracismo mediático. Recientemente encabezó dos reuniones con la CGT y la Unión Industrial para “coordinar expectativas”, su muletilla preferida a la hora de explicar por dónde tiene que pasar la lucha anti-inflacionaria.
Discursivamente, Alberto Fernández jugó fuerte contra la inflación. Habló de una guerra. Roberto Feletti, en la práctica, fue el que más movimientos hizo. Multiplicó las reuniones con supermercados, almacenes, alimenticias, frigoríficos, panaderos, molineros. Logró concertar canastas de precios regulados a pesar de los tironeos y tensiones con estos jugadores del mercado.
Durante ese lapso, Guzmán se mantuvo al margen. Feletti, a sabiendas de que el número de inflación de marzo será malo, le recordó a la ciudadanía que él no es el Ministro de Economía. Y tiene razón: la inflación no la puede controlar un secretario de Comercio. No es su tarea. Feletti y otras voces del Frente de Todos le piden a Guzmán respuestas urgentes. La moderación y cadencia de Guzmán, que inicialmente podían verse como una frialdad necesaria para negociar con los bonistas y el FMI, ahora se vuelven bastante irritables para un sector.
En los últimos días, Máximo Kirchner, Daniel Arroyo y Axel Kicillof alertaron por la delicada situación social. Cada uno a su estilo. ¿Qué hará Guzmán?
El Ministro de Economía se abraza a la mesura macroeconómica. Entiende que el acuerdo con el FMI despejará incertidumbres y que la inflación irá cediendo en la medida en que desaparezcan los shocks externos internacionales (el alto precio internacional de la soja, maiz y trigo por la guerra). Feletti exige retenciones, pero Guzmán y Julián Dominguez no parecen convalidar este pedido. En la cabeza de Guzmán está la idea de que esta ola de precios internacionales altos no podrá ser revertida por ningún país. Todos los países centrales, que desde la década del 80 dejaron de pensar en la inflación, están sufriendo los coletazos. Si esos países no pueden domar la inflación actual (multiplicada por 6 o 7), ¿por qué podría hacerlo Argentina?
Es una mirada pesimista y derrotista pero con fundamentos. Querer torcer estos shocks externos con políticas agresivas puede ser inútil. El remedio peor que la enfermedad. Guzmán prefiere no distorsionar a la macroeconómica. Hoy, el comportamiento del dólar oficial y del blue marchan de acuerdo a lo pautado por Guzmán y el Banco Central. La actividad económica, por su parte, sigue manteniendo buenos números. De ahí el miedo: ¿Y si por querer bajar la inflación a garrotazos se terminan lesionando otros brotes verdes?
Esta visión prudente y paciente de Guzmán choca contra las restricciones internas. Una inflación que se mueve al 5% trae consecuencias sociales inmediatas. La política lee ese malestar y pide medidas urgentes. La justificación macroeconómica del Ministro de Economía, de nuevo, puede ser irritante. El miércoles, cuando se conozca el dato de inflación de marzo, se ventilarán aún más las diferencias internas. ¿Reaccionará Guzmán?
