Con dos meses consecutivos de una inflación mensual del 6%, soñar ahora con estabilizarla en un 4% sería un objetivo para nada despreciable.
Guzmán sabe que llegar a ese número (que hasta hace poco era un mal dato) va a ser muy difícil. Ya no puede usar anclas: no hay ancla tarifaria (la luz, el gas, el agua se están descongelando), no hay ancla cambiaria (la depreciación del peso es un hecho día a día acompañando de cerca a la inflación) y no hay ancla monetaria (se está emitiendo menos pero por supuesto no es un frenazo como el del 2018-2019).
En síntesis, no está vigente ninguno de los “atajos” que puede servir para calmar la inflación en un corto plazo. Por eso Guzmán habla de algo que parece un intangible, algo muy difícil de palpar: las expectativas. El futuro de la inflación está en la cabeza de los agentes económicos. En lo que crean que va a pasar. Si creen que la inflación va a bajar, la inflación efectivamente bajará. Adelantan su pensamiento futuro al presente y actúan en consecuencia.
Esto que parece “sarasa” forma parte de una revolución en la literatura económica en los 70 y 80. Las expectativas empezaron a tener un valor central a la hora de trabajar en modelos anti-inflacionarios. Tal es así que hay diferentes tipos de expectativas y todas tienen su formalización matemática. No es una pavada. El tema es que en Argentina, hoy por hoy, cambiar la inercia de las expectativas inflacionarias parece una tarea titánica.
También a partir de ahora la recuperación económica pasará a ser un desafío. El crecimiento del 2021 fue fenomenal. Se subsanó casi todo lo perdido en el 2020. Superó las expectativas de propios y extraños. El comienzo del 2022 arrojó una cierta continuidad de ese crecimiento económico aunque a una velocidad bastante más pausada. El escenario internacional complejo, la inflación y los dólares escasos en el Banco Central ponen un manto de duda sobre el futuro de los tres sectores claves: industria, comercio y construcción. ¿Se está quedando sin nafta la recuperación? Cuando conozcamos los datos de los meses invernales podremos tener un mejor panorama.
Por lo pronto, Alberto Fernández, el último viernes, arriesgó que la economía crecerá un 6%, bastante por encima de los cálculos más conservadores que dan entre un 3 y un 5%.
Todo esto tiene que lograrse sosteniendo las metas con el FMI. El invierno no será fácil en ese aspecto. Las presiones políticas y sociales obligan a Guzmán a ser más “generoso” con el gasto público: IFE 4, bono a jubilados, el estudio de una renta básica universal. A eso puede agregársele paritarias estatales que cierran con un piso del 60%. Todo eso hay que financiarlo. Guzmán está logrando renovar los vencimientos de deuda en pesos con bastante pericia aunque con un costo futuro incierto pues esos títulos están atados a la inflación, con lo cual la bola de pesos reprimidos va creciendo mes a mes.
El dato fiscal de abril que se conoció recientemente no fue bueno. El déficit fiscal primario se amplió. ¿Que está pasando? Crece mucho la recaudación pero simultáneamente más el gasto público. El gasto subió un 87% en los últimos doce meses, bastante por encima de la inflación. Las prestaciones sociales (jubilaciones y programas sociales) lo hicieron en un 82%. Ese es el grueso del gasto. Y también es para seguir mirando de cerca los subsidios a la energía (crecieron un 118%). Ahi es dónde pone el foco Guzmán. Entiende que ese gasto no es progresista, sino un subsidio pro-rico. El tema es que bajar ese monto de subsidios implicaría (dados los elevados precios energéticos en el mundo) un aumento en las tarifas de los servicios públicos que no serían viables en lo político.
Las restricciones para Guzmán, como se observa, vienen de múltiples lados.
