El conflicto del Neumático preanuncia lo que será un último trimestre cargado de tensiones salariales. La inflación parece estar lanzada y es difícil que termine por debajo del 90%. Por eso, Massa y su equipo gastan sus esfuerzos en referirse a la inflación del 2023: la ubican en torno al 60%.
Las proyecciones de Martín Guzmán fueron un fiasco: había pensado en una inflación del 33% para el 2022. Las primeras paritarias, ya desconfiando de esa pauta, empezaron a cerrar en el 40%. Luego hubo una camada de paritarias que ya empezaron a cerrar en un 60% pero también éstas se quedaron muy cortas. Los bancarios acordaron una paritaria del 94% recientemente y los sindicatos de los sectores más dinámicos tratarán de acercarse a estos números.
El Gobierno allí cae en una trampa de difícil solución. Alberto Fernández y Sergio Massa reiteran los datos positivos de la actividad económica. No mienten: la actividad crecerá alrededor del 4% más allá de que en este último tramo ha desacelerado. Esta línea argumental brinda a los sindicalistas el contexto ideal para reclamar incrementos salariales que le empaten o directamente le ganen a la inflación. Si mi rama industrial crece, entonces también debería crecer el salario real, razonará el gremialista.
Cuando hay recesión, la torta se achica y los sindicatos piensan más en conservar los empleos que en la recomposición salarial. Hoy, en cambio, tienen el paraguas del discurso oficial para seguir una conducta agresiva en las negociaciones. Es cierto también que, mirando a futuro, la torta no se agradará demasiado: el Gobierno ve un crecimiento del 2% para el 2023 (escueto), mientras que el mercado (consultoras, bancos y universidades relevadas por el Banco Central) proyectan una suba de solo el 0,6%. Estancamiento. Por lo tanto, las paritarias que se discutirán en las próximas semanas tendrán esta dualidad: un 2022 que concluye con crecimiento pero cada vez más acotado.
El lema “que los salarios le ganen a la inflación” es un objetivo engañoso. En términos de poder adquisito para un trabajador, que la relación entre su salario y la inflación sea 10% vs. 10%, 40% vs. 40%, o 100% vs. 100% es exactamente lo mismo. En todos los casos, su salario real se mantiene constante. Pero para la economía no es lo mismo moverse en cualquiera de los tres ejemplos previos. La inflación alta destruye inversión, ahorro y posibilidad de planificar. Por lo tanto, en un corto plazo, el trabajador se mantiene indiferente ante cualquiera de los tres escenarios (en todos su salario real es constante), pero a largo plazo el escenario de alta inflación destruye empleo, ahorro e inversión, y por lo tanto termina perjudicándolo de manera directa o indirecta.
Un simple ejercicio imaginario. Si hubiera dos escenario: a) inflación del 200% y salarios al 200%, y b) inflación del 10% y salarios al 9,5%. ¿Qué elegiría el trabajador? En el escenario b) resigna algo de poder adquisitivo pero gana en más previsibilidad y planificación. Posiblemente pueda comprar tomando mejores decisiones. Con inflación baja es más fácil comparar, castigar al que pone precios altos. El punto es que el lema tendría que ser: “Que los salarios le ganen a la inflación… con la inflación más baja posible”.
Las discrepancias internas de la CGT agregan más dificultades al panorama que debe encarar Sergio Massa para sostener la paz económica. Esta última semana se conoció el indice de salarios del mes de julio. En los primeros 7 meses del año, los salarios perdieron por 4 puntos ante la inflación. Se espera que esa tendencia se sostenga. Es decir, el 2022 cerraría con una actividad económica creciendo 4% y con salarios reales cayendo. Una foto que puede encontrar cuestionamientos internos.
