

Tras la fuerte suba de la inflación en diciembre, el gobierno pudo mostrar una escalera descendente en los meses sucesivos.

El último dato de 4,2% para el mes de mayo es alentador. Algunos simpatizantes y dirigentes libertarios, sin embargo, se pasan de rosca. ¿Certificado de defunción para la inflación?
En Argentina nunca hay que dar por muerta a la inflación. Mauricio Macri y Alberto Fernández gozaron de un “amague” positivo en el primer tramo de sus gestiones. También hubo algarabía. Parecía que la desinflación llegaba para quedarse, pero todo después empeoró.
En el caso de Macri, el proceso de desinflación comenzó en el segundo semestre del 2016 luego del traumático ajuste de las tarifas de los servicios públicos. El proceso se consolidó en el 2017: la inflación quedó por debajo del 25% (alrededor de 1,5% mensual), y el Banco Central se entusiasmó con la meta para el 2018: entre un 8 y 12% anual.
Lamentablemente las cosas no marcharon bajo ese escenario. Como se sabe, la inflación no fue del 8 o el 12%, sino del 48%. Pequeño desvío.
Con Alberto Fernández también hubo otro “amague” que generó optimismo. Fue un amague bajo un contexto muy distinto: la pandemia. La inflación en ese 2020 fue del 35%, descendiendo del 54% del año previo.
En el 2020 se había multiplicado la emisión monetaria para socorrer a diferentes sectores afectados por la cuarentena. Con el 35% de inflación anual, algunos economistas heterodoxos creyeron que eso demostraba que la expansión monetaria no explicaba la inflación. Sin embargo, la inflación solo estaba tomando un poco más de descanso: en el 2021 volvió al 50%, y en el 2022 orilló el 100%.
El 2024 abre la esperanza de iniciar otro intento de desinflación. ¿La batalla final? La fuerte recesión ha disciplinado los precios. No es un punto a despreciar. En el 2017 se había iniciado un proceso virtuoso: la inflación cedía y la economía crecía. Pero, de nuevo, duró poco. ¿La tercera será la vencida?