

El INDEC publicó cuatro datos importantes esta última semana: las ventas en supermercados y mayoristas, el índice de salarios y el nivel de actividad. En todos los casos del mes de julio. Y el plato fuerte fue el número de pobreza e indigencia del primer semestre del año.
En el gobierno inflaron un poco el pecho con el dato de la evolución de los salarios. Lleva cuatro meses ganándole a la inflación aunque todavía pierde por paliza si se miran los últimos 12 meses.
La derrota más evidente de los salarios fue en diciembre: la inflación fue de 25% y los sueldos crecieron 9%. También hubo pérdidas no menores en agosto, noviembre y enero que contribuyeron a la debacle. El índice que elabora el INDEC toma salarios públicos, salarios privados registrados y salarios privados no registrados. En este último caso se utiliza una metodología especial para estimarlo: tiene un rezago de 5 meses. De allí que varios economistas miren con sospecha ese dato: es una radiografía con espejo retrovisor.
Por el lado de las ventas en supermercados y autoservicios se observó una caída intermensual en julio. Es decir, vendieron menos que en junio. Puede parecer anti-intuitivo: si los salarios llevan cuatro meses ganándole a la inflación, ¿por qué las ventas están planchadas?
Dos posibles explicaciones: la primera es que los salarios pueden estar levantando pero no así la masa salarial. La masa salarial es la cantidad de empleo multiplicado por los salarios. El leve repunte de los salarios no alcanza a compensar la pérdida de puestos de trabajo. Por ende, la masa salarial para consumir no crece.
La segunda explicación está vinculada al auge de los almacenes barriales informales. Comercios familiares montados en la parte delantera de una casita o casilla donde se vende lo básico. Naturalmente no pagan impuestos y pueden ofrecer buenos precios. Tienen también la ventaja de la cercanía con los vecinos de la zona y la generación de lazos de solidaridad que refuerzan el vínculo. No sería descabellado que este universo de locales, dada la crisis, le esté mordiendo ventas significativas a los lugares tradicionales.
El jueves fue el punto máximo de la polémica a partir de la publicación del índice de pobreza. Escaló al 53%, algo que había sido adelantado por la mayoría de los economistas especializados en proyecciones econométricas. Lo que más sorprendió fue el crecimiento de la indigencia: saltó del 11 al 18%. Se pensaba que el importante incremento de la Asignación Universal por Hijo y la Tarjeta Alimentar limitaría la suba de indigentes. No fue así. O, en realidad, sí: ¿De cuánto hubiera sido la indigencia si no se reforzaba la AUH? Podríamos haber tener un número aún más escalofriante.
El gobierno ensayó dos argumentos para salir de la avalancha de críticas. Uno cierto y otro discutible. El cierta es que en el segundo trimestre la pobreza fue menor que en el primer trimestre. Traducido: la pobreza aumentó contra 2023 pero ya empezó un camino a la baja. Luego se metió en el terreno del contrafáctico: si no se hacía el ajuste fiscal la pobreza hubiera crecido al 95% en vez de al 53% por la supuesta llegada de una hiperinflación.
Desde luego se trata de algo totalmente incomprobable. Existe cierto consenso en el universo económico de que la corrección de algunas variables heredadas (atraso cambiario, atraso tarifario, escasez de dólares, alto gasto público, aceleración inflacionaria, brecha cambiaria, elevados pasivos en el Banco Central) iban a incrementar la pobreza en un corto plazo. La discusión, en todo caso, es si se hicieron todos los esfuerzos por minimizar el costo social.
¿Y para adelante? El riesgo es ingresar en una fase demasiado gradualista en la recuperación. Gradualista para algunos, imperceptible para otros. La caída en el primer tramo del año fue muy fuerte y el rebote está siendo más lento y demorado de lo pensado. El termómetro de la impaciencia popular será determinante.