Darío es de La Plata y ha salvado a decenas de familias que se vieron “invadidas” por abejas. Pero no las fumiga; las rescata. En diálogo con LAPLATA1.com, sin embargo, pone en duda que ellas sean las invasoras.
“El inicio de esta idea de rescatar abejas salvajes fue un poco de casualidad por alguien a quien se le habían metido. Hicieron unos cuantos panales y estaban buscando ayuda”, recuerda.
El tío de Darío era apicultor. De niño, solía acompañarlo en algunos trabajos que realizaba. Algo recordaba. También se apoyó en gente más especializada y con algo de equipamiento se animó. “El resto fue improvisación”, dice con humildad.
“La llevé al patio de mi casa y le brindé las condiciones mínimas, pero después del primer invierno me di cuenta de que se habían debilitado”, subraya Darío, que desde ese momento no paró de estudiar, leer, ver videos e investigar sobre el tema. Incluso hizo un curso de apicultura. Se lo tomó en serio.
“Entendí que la explotación apícola es explotación. Está manejado por intereses económicos, que no siempre son beneficiosos para las abejas salvajes”, reflexiona luego el platense.
Después de ese debut, en el barrio se empezó a correr el boca en boca, y otros vecinos le solicitaron el servicio: “Empecé a fabricarme mis herramientas, y a rescatar enjambres y colmenas que se habían metidos en entretechos, ventanas o baños”.
“Al pasar el valor que cobra el apicultor, la gente se da cuenta que en mano de obra y materiales es mucho más caro que fumigar y matar a las abejas”, explica Darío, que entonces trata de hacer un equilibrio. Quiere ayudar a las abejas y a las personas al mismo tiempo. Su laburo, por lo tanto, lo hace a la gorra.

“También trato de concientizar sobre el riesgo mundial de todos los insectos y la necesidad de no matarlos. Asesinar tiene que dejar de ser una opción”, dice contundente.
“Al ver ellos el esfuerzo, después terminan juntando lo que pueden para aproximarse al costo de todo el proceso. Mi situación económica tampoco es la mejor, pero aprovecho para concientizar sobre la importancia de cohabitar la naturaleza”, agrega. Están también los que no tienen dificultades económicas y no le pagan nada a Darío. Una pena.
“Algunas pican. No es algo que ellas desean. Lo hacen cuando yo sin darme cuenta las aplasto con la axila, por ejemplo. Entonces se ven obligadas a picarme. Por más que tenga un mameluco, el aguijón llega. Es una picadura, tampoco es tan terrible. Quema, duele, pero en 5 minutos se fue. Y la inflamación en 24 horas se va casi completamente”, relativiza Darío.
“Es cierto que algunas son más agresivas. Me han picado hasta 13 veces. Después de la picadura 15, empiezo a sentir otro tipo de efecto, que puede ser el de envenenamiento. Siento dolor de cabeza, mareo, dolor de panza. Si hay más de 15 picaduras, me voy, reconozco que la batalla la ganaron ellas”, admite entre risas.
Y concluye: “Estamos avanzando sobre los bosques y las selvas que es donde ellas habitan naturalmente, Entonces al deforestar, les quitamos ese hábitat y tienen que buscar lugares donde establecer. Si encima en los campos se fumiga, tampoco pueden estar ahí. Las que sobreviven son las que salen de los pastizales y llegan a zonas urbanas donde la depredación indiscriminada no las alcanza. Las abejas no son las atacantes, son las víctimas”.





