En 2019, Catalina Maluéndez es de La Plata y tenía apenas 14 años cuando vivió una de las experiencias más traumáticas de su vida. Todo comenzó con una foto privada que compartió por Snapchat con un chico de su entorno escolar. Lo que parecía un gesto de confianza, pronto se convirtió en una pesadilla.
Pocos días después, la imagen comenzó a circular por grupos de WhatsApp y otras redes sociales, sin su consentimiento. Lo que siguió fue una avalancha de acoso digital, mensajes hirientes, amenazas, burlas y comentarios crueles se convirtieron en parte de su rutina diaria. Catalina se vio atrapada en un espiral de miedo, vergüenza y aislamiento. "No quería salir ni ir a la escuela. Me sentía sola, con miedo todo el tiempo", contó años después en una entrevista con La Nación.
Este episodio marcó profundamente su adolescencia y expuso una problemática cada vez más presente, la ciberviolencia de género, una forma de agresión que se multiplica en el entorno digital y afecta especialmente a mujeres, adolescentes y diversidades. Incluye desde el acoso en redes hasta la difusión no autorizada de contenido íntimo, pasando por la manipulación de imágenes y el hostigamiento sistemático.
Durante años, Catalina guardó silencio. Pero el tiempo, el acompañamiento terapéutico y el apoyo educativo le dieron herramientas para procesar lo vivido y transformar el dolor en fuerza. En la actualidad con 20 años, estudia Comunicación Social y se ha convertido en una referente en la lucha contra la violencia digital.
Participa en charlas, talleres escolares y encuentros comunitarios donde habla sin tapujos sobre lo que atravesó. En su TED Talk sobre ciberacoso, fue clara, “el problema no es mandar una foto. El problema es que alguien la comparta sin permiso. Eso es violencia, y hay que nombrarlo así.”
Lejos de quedarse en el rol de víctima, Catalina eligió alzar la voz y convertirse en agente de cambio. Desde su experiencia, busca generar conciencia, derribar prejuicios y promover una cultura digital basada en el respeto, el consentimiento y la empatía.
Su historia no solo interpela a quienes la escuchan, sino que también expone la urgente necesidad de repensar nuestras prácticas en redes y exigir leyes que protejan a las víctimas. Porque detrás de cada pantalla, hay personas reales. Y lo que se dice o se comparte, tiene consecuencias.
