El paisaje urbano tiene cientos de detalles que, por la fugacidad de la vida moderna, no siempre atendemos. Y es que muchos de ellos guardan significados que desconocemos, pero que, sin embargo, naturalizamos ver sin preguntarnos para qué son así las cosas.
Uno de ellos son los árboles que en muchísimos barrios suelen estar pintados de blanco, pero sólo por la mitad. Se trata de una práctica muy sostenida hoy en día, y que encuentra sus raíces en las técnicas agrícolas tradicionales.
En general, la pintura que se utiliza no es de cualquier tipo, sino que es una mezcla de agua y cal, que es lo que le da su característico color blanquecino. La misma tiene por objetivo evitar que la planta sea víctima de insectos que puedan convertirse en una plaga y dañar su salud.
Además, pintar los troncos de los árboles sirve para que la corteza esté protegida por el clima de la intemperie que, por ejemplo, en invierno puede ser una amenaza de resequedad que termine por agrietar la capa exterior y abrir paso a infecciones.
De la misma forma, al ser de color blanco, la pintura refleja los rayos solares y evita que la temperatura del árbol cambie de forma brusca entre el día y la noche.
En las zonas rurales, suelen utilizar este método para mantener a raya los insectos y los agentes ambientales y proteger los árboles frutales, especialmente, los más jóvenes que no tienen aún una corteza tan gruesa.
Los productores limpian los troncos antes de aplicarles la mezcla y asegurarse de que no quede atrapado ningún agente intermedio entre la piel de la planta y el agua con cal. De esta manera, lo pintan desde la base y hasta antes de que empiecen las ramas, resultando en los árboles que estamos tan acostumbrados a ver, incluso, en la ciudad.