En la esquina de 144 y 64, en Los Hornos, aún se repite entre los vecinos la memoria de Carlitos Pérez, un hombre que se ganó el apodo de “el barrendero” sin oficio ni sueldo. Murió hace algunos años, pero dejó una huella que continúa presente en su vieja vivienda.
Carlitos tenía una costumbre que lo hacía único: barría las veredas ajenas, cuadras enteras, sin que nadie se lo pidiera. Pasaba la escoba en las veredas a 50 metros alrededor de su casa. “En la circunferencia de su sector quería tener todo limpio”, cuenta uno de los vecinos que lo conoció.
Lejos de padecer una condición hipocondríaca, que conlleva a una grave preocupación por la limpieza y la higiene por fobia a las enfermedades, “el barrendero” descuidaba su casa. Mientras la calle brillaba gracias a su esfuerzo, su propia vivienda estaba sumida en el abandono.
Puertas adentro, acumulaba basura y objetos de todo tipo, que contrastaban demasiado del apodo que le dieron los frentistas. “Obsesivo con lo de afuera, y descuidado con el adentro”, resumió otro.
Los vecinos lo describen como un hombre bueno, que no molestaba a nadie y que, lejos de la imagen de “loco” con la que muchos lo etiquetaban, se quedaban con la amabilidad que transmitía en sus barridas. “Era un buen tipo, muy buena persona, te barría la vereda, ¿qué iba a molestar?”, recuerda un vecino que vivía al frente de la casa de Carlitos.

Se calcula que rondaba los 65 años cuando lo internaron por problemas de salud. Nunca fue borracho ni peleador. Solo habitaba una contradicción que hizo que sus familiares lo abandonaran.
Hoy su casa todavía no tiene herederos y se encuentra destruida, cubierta de maleza. Algunos mencionan que es la huella que dejó “el barrendero” de Los Hornos.





