Con el objetivo de reducir los accidentes viales, fundamentalmente con cuatriciclos, el Municipio de Pinamar puso en funcionamiento un operativo a través del uso de drones. En teoría, gracias a esta tecnología se verificaría el uso del casco, que todos los que conduzcan sean mayores de edad y que no se comentan excesos que pongan en peligro tanto a los conductores como a los caminantes.
Las cámaras vigilarían puntualmente La Frontera –el paraíso de los amantes de la velocidad- y el límite entre Cariló y Gesell.
De hecho, en 2016 autoridades de la localidad balnearia realizaron el anuncio de que se habían instalado seis drones que, con la capacidad de elevarse hasta los 400 metros de altura, filmarían en HD y enviarían las imágenes a los agentes de monitoreo.
Basta con mencionar un solo caso de esta temporada para dar cuenta de que, a las claras, los controles son deficientes: la muerte de Franco, el nene de 7 años que manejaba un cuatriciclo en los médanos, y falleció tras ser embestido por otro vehículo de mayor porte.
No se trata de un caso aislado, ya que días después un chico de 12 años volcó en un cuatriciclo en playas cercanas a Cariló y perdió el conocimiento.
Las tragedias podrían ser más porque, a pesar de los hechos conocidos, los turistas continúan manejando con imprudencia y el intendente Martín Yeza no parece inmutarse.
Además de drones y agentes controlando en los puntos calientes, falta voluntad para que Pinamar deje de ser un lugar de riesgo para los turistas.
