Los gobiernos siempre intentan llegar al año electoral con tres variables a su favor: crecimiento económico, calma inflacionaria y estabilidad del dólar.
Pero esta vez el oficialismo jugará con dos en contra: inflación y actividad económica. El escenario es distinto al 2017 cuando el PBI creció un 3% y la inflación bajó al 25%. Allí Cambiemos se impuso con comodidad en todo el país.
¿Cómo hará ahora? En el gobierno creen que la variable clave es la inflación, y no tanto la actividad económica. La teoría es la siguiente: la inflación es una enfermedad "democrática", que castiga a todos los sectores sociales y regiones del país. En cambio, la recesión es una enfermedad "focalizada": no todos los actores la sufren de la misma manera.
La recesión es lesiva cuando se traduce en desempleo. La persona despedida vive en carne propia los efectos de la recesión, pero aquel que logra sostener el empleo no tiene un perjuicio directo.
En la elección presidencial de 1995, Menem ganó con el 50% de los votos a pesar de que la economía ya llevaba varios meses recesivos y la desocupación trepaba cómodamente los dos dígitos. Pero eso no alcanzó para dañarlo: había estabilidad cambiaria gracias a la convertibilidad y la inflación era inferior al 5% anual.
En el gobierno actual recuerdan ese antecedente. Entienden que si logran reducir la inflación, la dura recesión tendrá un componente negativo en los votos de agosto y octubre, pero no será un "jaque mate".
De allí que el gobierno haya puesto todos sus esfuerzos en la contención del dólar y la inflación, inclusive apelando a recetas "kirchneristas" o heterodoxas como "precios esenciales" o posibles intervenciones por parte del Banco Central en el mercado cambiario.
Pero la recesión también tiene un límite. No es solamente el impacto que tenga en el desempleado, sino el clima y la angustia que puedan sentir otros trabajadores. Varias consultoras recabaron que en las últimas semanas cayó la expectativa de inflación, pero subió el miedo a perder el trabajo. De allí que la recesión deba tener una profundidad "tolerable" y una duración no muy extendida.
Fue lo que le ocurrió a Menem en 1999: el desempleo se encaminaba al 20% y el miedo se apoderó de la mayoría de los argentinos. La estabilidad de precios ya no alcanzaba. Cuando la recesión se "democratiza", es fácil perder en las urnas.
