Se vienen cuatro meses claves para el plan Guzmán. Por un lado, el foco está puesto en estirar los plazos de la deuda con los bonistas ya que en los primeros meses del 2020 se acumulan los vencimientos más abultados.
Pero también son cuatro meses donde Alberto Fernández tiró toda la carne al asador para reanimar el consumo: doble bono para jubilados y posiblemente un nuevo aumento de haberes para marzo en línea con la inflación. También comenzará a impactar en enero, febrero y marzo el shock de ingresos por la Tarjeta Alimentaria.
En esto, hay una vieja idea keynesiana: los pobres tienen una propensión marginal a consumir más alta que los ricos. Por lo tanto, la redistribución de ingresos no es neutra. En otras palabras, darle dinero a los pobres es más reactivante que dársela a los ricos. Kicillof llevó este planteo al extremo. Guzmán, aunque más moderadamente, confía en esta noción.
También en los primeros meses del 2020 habrá varios congelamientos: luz, gas y transporte público. Alberto gana tiempo para que inflación no corra tan rápido.
El doble desafío parece claro: dar señales de sustentabilidad a los bonistas por la deuda, y al mismo tiempo dar señales internas de mejora del consumo.
A diferencia del famoso "segundo semestre" del macrismo, aquí el segundo semestre podría ser el más duro: empezarán a impactar en el ahorro y la inversión los efectos de los aumentos impositivos, y posiblemente haya algún tipo de ajuste en las tarifas. También comenzarán a esfumarse los impactos iniciales positivos de los bonos a jubilados y AUH.
Alberto necesita llegar a junio con una inflación controlada y en descenso. Eso le daría margen para no pagar un costo alto por una posible suba de tarifas. Del mismo modo, una inflación más aplacada permitirá negociar paritarias con incrementos nominales más moderados.
Pero para eso todavía falta. Por ahora, Guzmán solo sueña con dos cosas: allanar el camino de la deuda y poder mostrar algún brote verde en el consumo antes de abril.
