Durante la campaña presidencial del 2019, Alberto Fernández propuso un regreso a las bases económicas del 2003-2007. Era la receta para salir de la recesión 2018/2019 de Mauricio Macri.
Cuando arribó al gobierno, confirmó su idea. Habló de 5 pilares: dólar alto, superávit fiscal, superávit comercial, acumulación de reservas y crecimiento de exportaciones. Parecía un decálogo de Roberto Lavagna. Y Martín Guzmán era un economista que coincidía con esa necesidad y esos objetivos. También él ponderaba aquellos años, y tenía una visión bastante más negativa del periodo 2011-2015.
Pero en el medio pasaron cosas y ese sueño nestorista se fue derrumbando. Aún sin pandemia, había elementos que hacían ruido. Ese periodo de bonanza 2003-2007 fue luego de una crisis terminal y una recesión que duró 4 años. La pobreza había superado el 50% y el desempleo estaba arriba del 20%. Se había tocado fondo.
La recesión de Macri no fue menor, pero tampoco llegó a esos niveles. Para comparar: la caída de la economía en 2018 y 2019 fue del 3% en cada año, mientras que solo en 2002 la economía se desplomó un 10%. También es cierto que Kirchner se encontró con un terreno más allanado que Alberto. Duhalde había hecho un fuerte ajuste en el 2002 con la megadevaluación, lo que acomodó muy rápidamente las cuentas públicas: alto superávit fiscal y comercial.
Es decir, ya a fines del 2019 no había un contexto que nos permitiera creer que se podía volver fácilmente al crecimiento económico nestorista. La pandemia, encima, empeoró todo. Hubo que profundizar el déficit fiscal y la economía se desplomó exactamente igual que en el 2002: un 10%.
Por la segunda ola es posible que esa recuperación económica en torno al 6-7% tampoco pueda darse. Será un repunte más suave y tampoco habrá demasiado margen para reducir el déficit fiscal como quiere Martín Guzmán. Esa es una de las batallas internas que libra el Ministro de Economía puertas adentro. No quiere mostrar cuentas públicas tan desordenadas.
La traba política
Pero también políticamente es un contexto diferente. En el 2003 la oposición estaba totalmente desarticulada. El radicalismo había explotado en mil pedazos luego de la salida de De La Rúa. Incluso varios se sumaron al Frente para la Victoria, lo que devino en el 2007 en la candidatura a vicepresidente de Julio Cobos.
El menemismo desapareció como fuerza prevalente post 2003 y el duhaldismo fue derrotado en el 2005 por Cristina Kirchner en las elecciones intermedias. Carrió y López Murphy, de buenos números en el 2003, tampoco lograr llegar a un acuerdo político y cada cual siguió su camino.
Ahora Juntos por el Cambio tiene una mayor capacidad de bloqueo. Sobre todo en Diputados. Y también en un sector de la sociedad cívil que se movliza al calor de la grieta política, un elemento que no existía en el 2003.
¿Y entonces qué hacer ahora? No hay mucho margen. Será otro año de atajar penales en lo económico: la inflación se ubicará posiblemente arriba del 40% y habrá sectores aún muy golpeados por la pandemia. Los números fiscales quizás no se vean extremadamente dañados gracias a una soja cuyo precio vuela y alimenta las arcas públicas vía retenciones.
Un sector del gobierno busca mayor “mano dura” en lo económico: multas, sanciones a supermercados, amenaza a los exportadores. No es lo que se hizo en el 2003-2007. Pero aparece como la opción más taquillera ante todo el desorden macroeconómico que no podrá ser corregido en un breve plazo. Luce más tentador trasladarle la responsabilidad a los otros. Por ahora con magros resultados.
