Guadalupe Morgante trabajó desde fines del 2018 hasta mediados del 2019 en la reconocida marca de comida rápida KFC.
Rotó entre los shoppings de capital y después en el local que se encuentra al lado del Carrefour de calle 7, en la ciudad de La Plata, donde trabajó fijo varios meses como cajera y en la línea de preparación de pedidos.
La empresa de fast food fue su primer empleo formal, donde trabajaba muchas horas, entre la facultad y otras actividades se le hacía muy larga la semana. Con varios meses de trabajo fue ahorrando parte del sueldo para un proyecto con el que siempre soñó y quería para su vida.
“Con uno de mis sueldos me pagué un curso de costura, ahí decidí comprarme mi primera máquina de coser”, nos cuenta Guadalupe. A los 19 años dejó la carrera de Ingeniería Química que cursaba en la UNLP. “Llegó un momento donde decido parar todo y dedicarme a la lencería y a la ropa interior”.
“Hoy en día son tres años que estoy con este proyecto” agrega la diseñadora.
En este momento el éxito de Guadalupe se materializó transformando su vida. Inició una carrera en la UBA como Diseñadora de Indumentaria y Textil, lo que la llevó a radicarse en capital federal, también nos cuenta otro de sus logros: “Pude abrir un showroom en el microcentro porteño”, en la reconocida calle Florida, a pocas cuadras del Obelisco.
A sus 23 años Guadalupe transformó a Pinky Lingerie, su marca, que nació en la mesa del comedor de la casa de sus padres, en una fuente de empleo para talleres. Además cuenta con una contadora, que es su amiga. Y mantiene la misma impronta; prefiere estar al tanto de todo ella misma: diseña, corta y cose.
Cuando inició, se dio cuenta que “la gente necesitaba ropa interior”, durante la pandemia vendía bombachas a solo $100 (año 2020). Realizaba todas las confecciones a pedido, primero a amigas y conocidas y luego, un buen día, llegó a las 100 ventas. Hoy cuenta con más de 93k de seguidores en Instagram, y una tienda que explota todos los días y numerosos reconocimientos de sus clientas.
“Recibo ayuda”, nos cuenta Guada. Su familia y amigos más cercanos la ayudan en lo que ella necesita, a empaquetar los pedidos, etiquetar, cargar en la web, ya que semana a semana crecen en número las órdenes de compra y ella sola no da abasto.
“Con el primer boom de ventas pude independizarme, con el tiempo me mudé sola, y en todo ese lapso el emprendimiento fue subiendo más y más”. Guada espera que su proyecto siga creciendo y les quiere comunicar eso a sus pares, que “se puede construir desde un deseo”.
