El reconocido escritor, Fabián Casas, hizo un conmovedor y contundente descargo de una situación personal en una columna de opinión para el medio “DiarioaAr”. Sólo bastaron 694 palabras para detallar el padecimiento de sus días, ya que no puede ver a sus dos hijos de doce y ocho años, los cuales viven actualmente con su mamá.
Titulado: “Alguien hizo un ostracón con mi nombre”, Fabían le puso corazón y sentimientos a todo aquello que lo acongoja, sintiendo por un momento la liviandad de transmitir su situación, para compartirlo con aquellas personas que estén sufriendo lo mismo.
Vale recordar, que un ostracón es la fracción de un cuenco de cerámica en la que los antiguos atenienses grababan la identidad del condenado al ostracismo. Fabián dice que ese ostracón sacó de su vida a sus seres amados y razona sobre el destierro en su columna: “Los griegos consideraban que el destierro era una pena superior a la pena de muerte. Estoy de acuerdo”.
Su ostracismo y su destierro son las figuras a las que recurre para describir su drama, ya que desde octubre de 2022 un fallo judicial le prohíbe ver a sus hijos. Pero aunque no se conoce la naturaleza del caso, ante la consulta del medio Infobae, Fabián hizo hincapié en que sea la Jueza Myriam Cataldi, del Juzgado Nacional en los Civil Nº7 de la Ciudad de Buenos Aires, para que de las razones de por qué no puede ver a su hijos hace ocho meses.
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Fabián es un escritor, poeta, ensayista y periodista de 58 años, y es quien en su artículo dice que el sistema judicial es una rueda burocrática letal que va a terminar matándolo. Van ocho meses de no estar en los lugares donde le gustaría estar: en la vereda del sol del colegio, las plazas, los restaurantes. “Tengo esa desesperación silenciosa que deben tener los soldados que están atravesando una selva oscura”, menciona al principio de su columna.
“Hay mucho dolor en el mundo y está mal distribuido. Uno puede escribir sobre el dolor, pero otra cosa es sentir el dolor. Ver cómo avanza como un ejército metafísico sobre las cosas cotidianas”, menciona. Además, entre la prosa de su artículo se esconde información relativa al caso: “Me sometí a todas las pericias que la Justicia me pidió para poder sacar mi carnet de padre. No existe la presunción de inocencia. No es suficiente”.
El dato es una pieza de soporte de la historia, el escritor ya fue citado por la Justicia para someterlo a pericias. “Los chicos no tienen voz. Nadie los quiere escuchar. Son víctimas de un entramado judicial. Hace poco unos peritos que me entrevistaron me preguntaban cómo me imaginaba la revinculación. Les dije que me imaginaba llorando sin parar al verlos después de tanto tiempo”, retrata en otro extracto del texto. “A veces fantaseo con ir hasta unas cuadras del colegio y verlos desde lejos, tendría que tener una vista de águila. O llamar al colegio y poder hablarles, pero tengo prohibido todo contacto, aunque nadie hasta ahora haya leído la causa para saber qué es verdad y qué es mentira”, escribe para confesar que el diálogo con sus dos hijos es nulo.
Y continuó: “Éste es el arte de perder: las madrugadas en que me levantaba muy temprano para prepararles la vianda y la ropa para llevarlos al colegio, las tardes juntos hablando de tal o cual película que acabábamos de ver, estar tirado en su cuarto entre sus camas mientras ellos se dormían cantándoles una canción, los días de tormenta en que estaban conmigo, los días de tormenta en los que no estaban conmigo”.
“La ropa, sus piyamas que atesoro en su cuarto, está perdiendo su olor, ese hilo pequeño se va haciendo delgado, dentro de poco van a estar sólo en mi memoria”, cerró.