En el 2012 se produjo el quiebre entre un sector de la CGT y el gobierno de Cristina Kirchner. Un quiebre que no fue menor: derivó en varios paros generales.
¿El motivo? Nunca quedó muy clara la verdadera esencia de la “separación”. Por lo bajo se hablaba de rencillas por la conformación de las listas del año electoral previo donde el sindicalismo habría obtenido una representación menor a la que buscaban. Pero, a nivel público, los popes gremiales focalizaban todos sus enojos en el Impuesto a las Ganancias.
Durante el 2012, 2013, 2014 y 2015 solicitaron una y otra vez actualizaciones del mínimo no imponible, sobre todo cuando la inflación y los salarios aceleraban nominalmente y eso estropeaba el universo de trabajadores que pasaban a tributar.
Allí es donde empieza una larga confusión. Confusión que insólitamente sigue 11 años después. Algunos miembros de la CGT pedían una actualización del mínimo imponible, pero otros iban más allá y exigían directamente su eliminación: que ningún trabajador lo pague porque “el salario no es ganancia”.
Si bien es cierto que, por motivo de la inflación, el Impuesto a las Ganancias podía generar inclusiones no deseadas, lo concreto es que aún con ese escenario el universo que lo pagaba era realmente muy reducido. El 10% de los trabajadores con mayores ingresos. Pero más importante aún: en todo el mundo existe el Impuesto a las Ganancias. Es un impuesto progresivo y no distorsivo. Es la base tributaria de casi todos los países. Pedir la eliminación de ese impuesto es claramente un error. Cualquier alumno de segundo año de Economía lo sabe.
El problema es Argentina fue, tal vez, semántico: en la mayoría de los países se llama Impuesto a los Ingresos a nuestro Impuesto a las Ganancias. Y sí: lo pagan los trabajadores. Si está bien diseñado en las escalas, la recomendación de una política tributaria óptima es que constituya una de las patas fuertes del sistema impositivo junto al IVA.
La política argentina ha tenido una capacidad argumentativa muy pobre sobre este tema. En la campaña del 2015, Mauricio Macri prometió eliminar el impuesto para los trabajadores. Eran tiempos donde se mostraba cercano a Hugo Moyano, cabeza del reclamo cegetista contra Cristina Kirchner. Sergio Massa también proponía en esa campaña su eliminación. De hecho, su Frente Renovador albergaba a muchos dirigentes sindicales que libraron esa “batalla”.
Pasaron los años y nunca nadie salió a decir, aunque sea con tibieza, que tal vez el Impuesto a las Ganancias no era el monstruo a derrotar. En su rol como diputado, Luciano Laspina fue el único que trató de dar esa pelea pero con bastante soledad. Incluso de su propio espacio político. En el imaginario de la gente seguía quedando que lo “óptimo” y “justo socialmente” era que Ganancias desapareciera.
11 años después, Ganancias va camino a desaparecer. Solo quienes ganen más de 15 salarios mínimos lo abonarán. La Oficina de Presupuesto estimó que tendrá un costo del 0,8% del PBI. Parece una leña peligrosa.