

Lautaro Castro tiene 25 años, es de La Plata y se la rebusca en el mundo de la metalurgia. Hace ya un tiempo soñaba con ser soldado, pero atravesó un momento durísimo y encontró una salvación en el hierro.
A los 20 años, el joven ingresó en el Ejército Argentino para seguir su vocación. Aunque le metía a fondo con su sueño, un día lo cambió todo. "Cargué el fusil, empecé a temblar, me lo descargué contra el pecho y la bala no salió", dijo a LAPLATA1.com.
Acababa de empezar un nuevo frente de batalla para Lautaro: "Yo ya había superado la adicción, pero las consecuencias no habían aparecido hasta años después". Cuando era chico, el trabajo de su papá como ingeniero mecánico lo llevó a permanentes mudanzas. No paraba de cambiar de escuela.
En su adolescencia, tomó la decisión de salir a trabajar y pasó por todos los rubros: alcanzapelotas, trapito, ayudante de cocina, mozo, recepcionista y seguridad. "Tengo la capacidad de relacionarme con la gente y de neutralizar el peligro a través del diálogo", contó.
Cuando tenía 16 años, Lautaro Castro se había internado por cuenta propia y se rehabilitó a los 19. A base de muchos años de terapia, después de su paso por el hospital militar, pudo salir adelante. Empezó a tomar la medicación con regularidad y se alejó de determinadas personas.
Uno de los puntos que lo ayudó a encontrar estabilidad fue haber encontrado una nueva vocación. "Ya no puedo llevar el uniforme de soldado, llevaré un overol con el parche de Argentina en el corazón; ya no puedo usar más borceguí, llevaré zapatos de seguridad; lo que antes era mi fusil ahora es mi soldadora", dijo a este medio.
Mientras tanto, Lautaro se la rebusca con changas en el amplio abanico de rubros que sabe manejar. "Aprendí a reducir mi mundo. Si soy soldado de la patria, soy el soldado de la patria dentro de mi casa", expresó. "Me quiero dedicar a la electromecánica. No sé de todo un poco, pero de todo pregunto para qué funcionará", cerró.