Micaela tiene 27 años, es de La Plata y la rompe con los tatuajes desde su casa de barrio San Carlos.
“Mis inicios en el tatuaje fueron cuando yo tenía 16 años. Con mi mejor amigo nos pusimos a practicar. Armamos una maquina casera, compramos agujas y nos tatuábamos entre otros. Obviamente nos mandamos algunas cagadas pero fue lo que nos incentivó”, recuerda en diálogo con LAPLATA1.com.
Pasaron los años y Micaela dejo de tatuar aunque siempre supo que era una de sus grandes pasiones: “Mi amigo hizo un curso en Quilmes. Lo fui a acompañar, me interesaba pero no me daban los tiempos”.
Hace tres años, sin embargo, entendió que debía regresar a ese viejo amor de la adolescencia: “Me conocí con un chico que tatuaba de hobbie, pero me terminó de iniciar. El interés siempre lo tuve. Empecé a practicar en piel sintética, haciendo laburos chicos, pero sentía que no podía avanzar. Tenía mucho miedo e inseguridad. Tenía miedo de causarle daño a una persona. La piel no es un juego”.
Para Micaela fue una dura batalla la de perder el miedo, y finalmente decidió independizarse.
“Fui ganando en confianza y tiré precios económicos de laburos que yo sabía que podía hacer, dónde sabía que era capaz. Y de a poco me fui superando sola, también por supuesto con tips que tomé de otros tatuadores”, agrega.
“Yo tengo mucha autocritica. Sé cuándo un laburo podría estar mejor. No hay que quedarse. Si hoy es un 10, mañana tiene que ser un 11. Hay que crecer”, reflexiona Micaela.
Actualmente es tatuadora y también masajista. Con esos dos emprendimientos sostiene a su pequeña de 7 años. No quiere volver a trabajar 8 horas en relación de dependencia y pagar una niñera. “Ya hice eso mucho tiempo”, revela.
“El tatuaje me dio seguridad. Yo soy una chica gordita, que en otro tiempo me tiraba abajo, y hoy me siento allá arriba, capaz de muchas cosas. Me dio seguridad en mi vida”, subraya luego.
Y completa: “Es gratificante lo que causa en el otro el tatuaje. Hay personas que cargan con cicatrices de mucho tiempo, y el tatuaje es un alivio. A esas personas les sube el autoestima. Hay gente que se tatúa algo relacionado a algún familiar que les falta, y se emocionan. Es importante entonces que la persona se sienta confiada, cómoda, que sepa que te puede contar algo personal si quiere. El tatuador hace un poco de psicólogo. Es como una terapia”.