
La hustle culture, o “cultura del ajetreo”, se ha instalado como un modelo aspiracional en redes sociales y entornos laborales. Basada en la idea de que cada minuto debe ser productivo, glorifica rutinas extremas: despertarse antes del amanecer, entrenar, trabajar largas horas, emprender, estudiar y evitar cualquier actividad que no sume al rendimiento personal. En este esquema, el descanso se percibe como una pérdida de tiempo y el ocio como un lujo innecesario.

Esta mentalidad, que promete éxito y superación personal, ha ganado terreno especialmente entre los jóvenes, influenciados por contenidos en plataformas como TikTok e Instagram. Allí, influencers y emprendedores muestran sus jornadas hiperproductivas como modelos a seguir, promoviendo la idea de que el éxito se alcanza únicamente a través del esfuerzo constante y la autoexigencia.
Sin embargo, expertos advierten sobre las consecuencias de este estilo de vida. El sociólogo Carlos de Angelis señala que la hustle culture fomenta la autoexplotación y la desaparición de los límites entre la vida personal y laboral. La constante conexión digital y la presión por rendir al máximo generan altos niveles de estrés, ansiedad y sentimientos de culpa al no cumplir con estándares inalcanzables.
Frente a este panorama, surge la “slow productivity” como una alternativa que prioriza el bienestar y la calidad sobre la cantidad. Esta corriente propone desacelerar, establecer límites claros entre trabajo y vida personal, y valorar el descanso como parte esencial de una vida equilibrada. El objetivo es redefinir el éxito, alejándose de la hiperproductividad y acercándose a una realización más integral.
En un mundo que valora el hacer constante, cuestionar la hustle culture implica replantear nuestras prioridades y reconocer que el descanso y el disfrute no son enemigos del éxito, sino componentes fundamentales de una vida plena y saludable.