Massa ya tiene el timón y trata de estabilizar la economía argentina, una tarea también emprendida por Guzmán con poco éxito por limitaciones propias y obstrucciones ajenas.
El flamante Ministro de Economía cuenta con dos anclas para estabilizar la inflación. La primera es su propia espalda: cuenta con un fuerte respaldo político, legisladores propios y un nivel de influencia interno y externo superior a sus antecesores.
El segundo elemento, quizás más gravitante, es el acuerdo con el FMI. Lejos de ser una “mochila”, la vigilancia del Fondo es claramente un ancla para las expectativas económicas. En realidad, las metas que “exige” el FMI son bastante razonables y deberían formar parte de objetivos evidentes para toda la clase política argentina sin llegar a la necesidad de su reclamación por parte del organismo internacional: equilibrio fiscal, menor emisión monetaria, tasa de interés real positiva, tipo de cambio más competitivo, etc. Son pilares que en la mayoría de los países centrales ya no se discuten. En Argentina, sin embargo, todavía anidan resistencias a estas “máximas” de la macro.
En resumen, la espalda de Massa y la tutela del FMI a las cuentas públicas argentinas parecen ser los salvavidas más convincentes de la navegación económica.
Hay que ver si con esto solo alcanza para llegar a las elecciones 2023 con una economía “tranquila”, como solía repetir Guzmán. Para el futuro año no habrá que pensar en milagros. El foco está puesto en evitar estallidos de algunas variables nominales, tipicamente el dólar y la inflación. Ambas pasan por un momento sensible: la inflación ya flota desde hace un tiempo no menor en el orden del 6-7% mensual, lo cual lleva las expectativas a cerca de un 100% anual.
Respecto del dólar, hay múltiples desafíos. Por un lado, la cotización oficial (hoy en los 150 pesos) se sigue microdevaluando pero a un ritmo bastante menor a la de la inflación. Esto marca que Argentina, a nivel comercial, pierde competitividad respecto a Brasil. Encima el dólar se fortalece ante todas las monedas del mundo, lo que fuerza a los emergentes a depreciar sus cotizaciones, algo que Argentina hace con menor fuerza de la deseable.
Pero los problemas en la cotización oficial también se suman a los temores por el curso de los dólares financieros y paralelos. Con un cepo todavía duro, un nivel de reservas poco holgado y una inflación del 7%, nadie puede poner las manos en el fuego garantizando calma cambiaria de aquí a fin de año.
El otro “paquete” económico es el vinculado al empleo y el nivel de actividad económica. Ahí es donde Alberto Fernández y Sergio Massa inflan el pecho y repasan números todavía positivos. El desempleo en el 6,9% no es un dato menor (desde 1991 no había un dato tan bajo de desocupación). Y la actividad económica, más allá de alguna señal de desgaste, cerrará este año con crecimiento. De ahí se agarra el Gobierno para pensar en un 2023 con cierto optimismo.
