El dolor crónico se define como la molestia que persiste o recurre durante más de tres meses y que altera la calidad de vida de las personas que lo padecen con importantes impactos físicos, psicológicos, sociales, profesionales y académicos.
Además, el dolor crónico (entre los que se encuentran la migraña, la osteoartritis y la artritis reumatoidea) se consideran “enfermedades” por derecho propio que requieren tratamiento a largo plazo porque son invasivas e incapacitantes, moral y físicamente.
El manejo de los pacientes afectados es complejo porque intervienen muchos factores, pero suele combinar fármacos con fisioterapia y/o psicocorporales (relajación e hipnosis).
Un estudio reciente publicado en la revista Plos ONE sugiere que, si bien el ejercicio puede ser la última recomendación que una persona con dolor crónico quiere escuchar, serviría como una herramienta esencial para aumentar nuestra tolerancia al dolor.
En el origen de este descubrimiento, investigadores de la Universidad de Portsmouth dicen que las personas físicamente activas tienen una mayor tolerancia al dolor que las que eran sedentarias.
“Estos resultados respaldan el aumento de los niveles de actividad física como una posible vía no farmacológica para reducir o prevenir el dolor crónico”, afirmaron los investigadores en el resumen del estudio.
Esta no es la primera vez que se estudia el ejercicio como un tratamiento potencial para el dolor crónico, aunque puede ser uno de los estudios más grandes hasta la fecha.
Un grupo de expertos del Hospital Universitario del Norte de Noruega en Tromso comparó la resistencia al dolor de más de 10.000 noruegos en dos momentos de la vida separados por diez años y se fjaron en sus hábitos físicos.
En concreto, analizaron cómo es la diferencia en el umbral del dolor entre los sedentarios y aquellos que llevan a cabo una actividad física con cierta frecuencia. Para ello, introdujeron la mano de cada individuo en un recipiente de agua fría y midieron los tiempos de respuesta y reacción de los participantes para luego cotejarlos con sus costumbres deportivas.
Según los datos publicados, lo habitual es que los sedentarios desarrollen una tolerancia al dolor más baja. Además, los números también han señalado que aquellos más activos tienden a aumentar ese umbral.
A partir de este experimento y con la base de otros estudios similares, aunque más reducidos en el pasado, los expertos infieren que el estilo de vida activo refuerza la tolerancia al dolor. De ahí que los especialistas consideren que se debe profundizar en esta relación porque supondría que la rutinas físicas pueden ayudar a prevenir el dolor crónico.